Música

C. Tangana, el antiicono de un tiempo volátil

Ahora que todo cambia velozmente y que, como defiende Bauman, todo es líquido e inconsistente o, dicho de otro modo, ahora que todo asusta, la búsqueda de refugio deviene tan vital como el oxígeno que llena las habitaciones.

Lara Vallés

En los viajes en coche de casa de tu madre a casa de tus abuelos; en casa, por las noches, cuando apagas los datos del móvil y estás, por primera vez en el día, solo; en el metro, cuando vas a la uni y afuera llueve, y apagas el ruido de las dos marujas que cortan trajes a tu lado.

La música está en todas partes, y sirve en todas partes, invariablemente, como refugio. Ahora que todo cambia velozmente y que, como defiende Bauman, todo es líquido e inconsistente o, dicho de otro modo, ahora que todo asusta, la búsqueda de refugio deviene tan vital como el oxígeno que llena las habitaciones. Pero la música, como el mundo, se mueve rápido y abofetea, se agarra a las paredes con las uñas y se mata por el primer puesto. La respuesta violenta ante el mundo violento ha llegado al refugio. En un panorama donde se vende la irreverencia como contraataque, se genera el caldo de cultivo del icono generacional.

En 2017, suena por primera vez Mala Mujer y un nombre brilla con intensidad: el de C. Tangana, pseudónimo de Antón Álvarez, un chaval que rapeaba. Mala Mujer sigue coleccionando reproducciones, y el Álvarez hace mucho que no es un chaval que rapea. Acumulador compulsivo de polémicas, despertador de tantos haters como adoradores, C. Tangana (o Pucho, o Puchito, o El Madrileño, que gustaba más cuando era Crema) ha jugado siempre al autodesprecio, escupiendo dolores como los boxeadores escupen sangre. Su sello personal es ser un chulo, un materialista, un putero que ama hacer billetes y que, si llora, al menos lo hace en una limusina, porque su trabajo le ha costado crecer en el gremio, primo, pringao’, que tú lloras en tu puta casa mientras yo me abro un Cabernet. Ese sello rayando en el clasismo más exacerbado, en el ultraliberalismo resignado de los placeres rastreros, ese abanderamiento del sudapollismo más irritante, es el sello de las dos lecturas posibles: la literal y la irónica, la superficial o la crítica.

¿Es Pucho un defensor a ultranza de los valores más chabacanos o es por el contrario un detractor desde dentro? En un mundo en el que gestores y creadores de cultura sostienen relaciones paradójicas, en el que la creación quiere ser libre y transgresora pero necesita de la misma industria que quiere superar para prosperar, C. Tangana quiere saber moverse como pez en el agua, ser más listo que nadie, ir siempre un paso por delante. A través de su música, nos vende la profecía autocumplida de un artista con aires de grandeza que cae en lo único en lo que se puede caer: la desgracia, el patetismo, el olvido. Y nos la vende triunfando y acumulando números uno. Nos cuenta la historia antes de que ocurra, nos adelanta los acontecimientos. Ahora me veis aquí, pero caeré; mi diferencia con los demás es que lo sé, lo asumo y hago negocio de ello. Me exprimo antes de que me expriman. Me autoinmolo mientras me coméis el rabo por debajo de la mesa. Cuando me muera, ya habré digerido mi muerte. Por eso voy por delante.

Esa estrategia suya de jugar con los límites para rebasarlos adrede, ese jugar a ser el amo de todos los corrales y a llamar puta a la puta sin pensar en lo que es políticamente correcto (¿o incorrecto?), ese atreverse a mascarnos el dolor y la amargura al oído sin tenerles miedo ni respeto en un mundo que se empeña en ignorar la desgracia y esconderla debajo de la alfombra, han hecho de Pucho un artista querido o rechazado, pero en boca de todo el mundo. Catártico, C. Tangana es rabia, desesperación y dolor, y les canta al desgarro y a la herida de muerte sin pedir perdones ni permisos. Uno, si es un poco masoquista pero al mismo tiempo consecuente emocional, se siente bien en la música de este superviviente de nuestros tiempos.

Pero, ¿hasta qué punto, y durante cuánto tiempo se puede sobrevivir instalado en el descreimiento más absoluto? El principio del milenio trajo consigo un cambio de paradigma que aceleró el mundo, y una posmodernidad corregida y aumentada puso sobre la mesa sus ventajas, pero también sus miserias. El «todo vale», el «en nada creo», la incertidumbre y el relativismo se enseñorean. Todo avanza a pesar de nosotros. Todo crece, todo sube, imparable. La libertad permite explorar los límites y buscar tesoros más allá del horizonte, pero desechar todas las brújulas puede ser como lamer un cuchillo. Que nada sea Verdad, y que todo pueda ser considerado Verdadero, desenfoca lo Bello y lo Bueno, los convierte en intangibles inasibles, y el oxígeno comienza a escasear. ¿En qué podemos creer? ¿Adónde podemos volver? ¿Hemos de volver a algún sitio? Las personas, inevitablemente, tratamos por lo general de volver a aferrarnos a algún clavo, aunque arda. En medio del desierto, sin una sola brújula, la búsqueda de cobijo deviene la única opción si no se quiere optar por una errancia esquizoide. Es entonces cuando vuelve a buscarse, con avidez de perro de caza, lo Bueno, lo Bello, lo Verdaderamente Relevante.

Y volvemos al Amor y a los cuidados, a la proximidad de la que hablan sociólogos y filósofos como Esquirol. ¿Nos encontramos a las puertas de una especie de superación de la posmodernidad? Perdidos en esa inmensidad en la que orientarse, desprovistos de las herramientas pasadas, resulta tarea imposible. Muchos vuelven a los fundamentos, a las esencias (o lo intentan). Se vuelve a la manta y al hogar, a lo cotidiano, a lo fantásticamente, consoladoramente, rutinario. Buscamos (o re-buscamos) la verdad de entre todo lo que creemos ser, y solo creyendo hallarla respiramos hondo.

Hoy, no creer está dejando de estar de moda. Hoy, se recupera la religión (¿o la religiosidad?) y se reinterpreta; se recupera la familia y se reinterpreta; se recupera la pertenencia y se reinterpreta. La posmodernidad feroz está trayendo como consecuencia a anarcoqueers que creen en Dios y quieren hablar como sus abuelos y una búsqueda de las intersecciones tras décadas de maniqueísmo. Nos lo dicen los libros y nos lo dice la música. Las listas de Spoti y los hits también saben de sociología. Han sido demasiadas mujeres, Puchito. Tú que has fardado de golfo y de ateo, ¿ahora crees?

Fotos de @paula.lfq

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