Cine

«Dune»: la ciencia ficción de autor

David Castiella Morales reseña «Dune», y nos sumerge en la nueva adaptación cinematográfica de una de las más aplaudidas novelas de ciencia ficción de la historia.

David Castiella Morales

El 22 de diciembre de 2016, Variety informaba de que el director Denis Villeneuve se encontraba en negociaciones con Legendary Pictures para dirigir una nueva versión de la famosa novela de Frank Herbert, Dune, y convertirla en algo parecido a lo que Peter Jackson hizo con El Señor de los Anillos. No es de extrañar que las productoras de hoy en día se zambullan en clásicos de la literatura para crear largas y provechosas sagas cinematográficas.

El 1 de febrero de 2017, se confirmaba la esperada noticia a través de un tuit del hijo del afamado escritor, con énfasis en lo excitante del nuevo proyecto. Con Eric Roth a los mandos del libreto, el 9 de noviembre de ese mismo año Brian Herbert, de nuevo a través de su cuenta de Twitter, anunciaba que el primer borrador del guion ya estaba listo. El rodaje comenzaría dos años después, concretamente el 18 de marzo de 2019, en Budapest. Cuatro meses después, el 20 de julio, concluyó el rodaje de la película, que estará dividida en dos partes (si se recauda lo suficiente en taquilla, se dará luz verde a la segunda). Debido a la pandemia, todas las grandes películas que iban a estrenarse en 2020 se vieron terriblemente afectadas, en especial Dune, para la que incluso se realizaron unas grabaciones adicionales en agosto de 2020. La fecha inicial de estreno estaba planificada para el 20 de noviembre de ese mismo año, pero Warner Bros. decidió aplazarlo, al igual que el de todos sus grandes títulos.

Los dos protagonistas de Dune, Paul (Timothée Chalamet) y Jessica Atreides (Rebecca Ferguson), en el desierto de Arrakis con la ropa típica de sus habitantes.

La peor noticia de todas se confirmó poco después, cuando Warner Bros. anunció que estrenaría simultáneamente en cines y HBO MAX todas las películas de 2021, lo que generó un gran debate en las redes sociales y una fractura entre directores con tanto poder en la industria como Christopher Nolan, quien criticó duramente la decisión de la compañía. Poco después se uniría a él Denis Villeneuve, que veía este hecho como un incumplimiento del acuerdo e inició una lucha legal contra la gran productora. Legendary Entertainment, de parte del director, ejerció su derecho de decidir qué hacer con el estreno del filme alegando que había financiado el 75 % de las acciones legales. Al final, Villeneuve se salió con la suya y se anunció que la primera proyección de la película se realizaría en el Festival de Venecia, fuera de competición. Además, Warner Bros. se pronunció definitivamente sobre su estreno mundial: en septiembre para Europa y en octubre para los EE. UU.

Ahora, olvidémonos de las peripecias legales y adentrémonos en lo puramente cinematográfico. Primer plano de la película: un desierto sobre el que se levanta una polvareda deslizándose por las dunas, con la música de Hans Zimmer omnipresente, pelos de punta. Último plano: los dos protagonistas caminan junto a un grupo de arrakis sobre el desierto hacia un futuro incierto. Las dos horas y media que separan ambos planos ya son historia de la ciencia ficción. Villeneuve ha conseguido algo que parecía casi imposible: levantar el proyecto maldito de Hollywood adaptando una de las sagas más míticas de todos los tiempos, el Dune de Frank Herbert.

La mano de Paul Atreides acaricia la arena en uno de sus sueños.

Cuando una película te atrapa de esta forma desde que empieza hasta que salen los títulos de crédito, sabes que estás delante de algo importante, de una experiencia histórica. Puede que ayudase el hecho de no saber nada del argumento —no he visto el Dune de David Lynch ni he leído las novelas de Herbert—, y es que la decisión de ir completamente virgen al visionado de la película respondía a una voluntad de que mi relación con este universo empezase en aquel momento. No es que fuese la mejor manera —cada uno puede hacerlo como crea que la va a disfrutar más—, pero en este caso mi decisión era firme.

Para mi sorpresa, todo lo fantástico que plantea Dune no es nada nuevo. Las claras influencias cinematográficas van desde la literatura medieval de toda clase hasta la space opera, género de películas como Star Wars. No obstante, esto último en realidad es al revés, ya que la novela Dune (1965) influyó notablemente en toda la ciencia ficción posterior, incluida por supuesto la Star Wars de George Lucas, pero es en 2021 cuando la película de Villeneuve se ha estrenado y, por lo tanto, esta historia ya ha sido vista en el cine. Si tenemos esto en cuenta, mayor aún es el mérito del canadiense al dirigir una película con un argumento que puede resultar familiar y convertirla en una total remodelación de la ciencia ficción contemporánea.

Rodaje de Dune en el desierto, escenario para el planeta Arrakis.

Y es que nadie va a quedar indiferente ante las imágenes (en IMAX) que ha preparado para esta película. Es avasallador el yugo al que somete al espectador plano tras plano, dejándolo pegado a la butaca, boquiabierto ante el espectáculo sci-fi de decorados y efectos especiales que calan en él y que se repetirán en su cabeza incluso horas después del visionado. En esa búsqueda del plano perfecto, Villeneuve encuentra un filón mediante el cual puede explotar al máximo todo el poderío de este universo. Cada plano se estira al máximo: vemos las naves despegar y aterrizar, las tropas desplegarse, la calma del desierto… Y todo esto no es el simple delirio de un esteta, sino que sirve para crear una atmósfera épica y darle precisamente el tono que quiere conseguir el director. Así, no es lo mismo estar en el planeta de Arrakis que en el de los Harkonnen o el de los Atreides. Cada uno tiene su fotografía, realmente bella (gracias al gran Greig Fraser), su vestuario definitorio y sus costumbres o ritos. De nuevo, esto es un utensilio para aproximarnos de la mejor manera posible a los héroes y villanos que irán apareciendo poco a poco. Por si no fuera suficiente, Hans Zimmer se hace cargo de la banda sonora, y probablemente ha resultado ser su mejor y más extraña pieza, en la que combina el clásico martilleo ubicuo con sonidos casi de cine de terror. Esta técnica sumerge totalmente al espectador en el filme y da empaque a las imágenes, llevándolas casi a un terreno onírico y épico que da sentido a un trabajo musical majestuoso.

Naves atreides aterrizadas muestran el poderío visual de Dune.

Como ya pasaba en La llegada o Blade Runner 2049, el director aplica una narrativa pausada que se recrea en conocer al más mínimo detalle a los protagonistas. Estamos en las antípodas de la space opera actual: es la antítesis de cintas como Guardianes de la Galaxia, Star Trek o la misma Star Wars. Hablamos de un tipo de cine que se toma su tiempo, pero esto no quiere decir que sea aburrido, ni mucho menos, ya que el poder de las imágenes no suelta nunca al espectador. Para colmar ya el sueño de cualquier cinéfilo, a la película se suma un all-star digno de un proyecto de estas dimensiones, encabezado por Timothée Chalamet, que consigue captar muy bien todo ese viaje del héroe, y seguido por Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Zendaya, Stellan Skarsgård, Javier Bardem, Jason Momoa, Charlotte Rampling, Dave Bautista y Sharon Duncan-Brewster, entre otros. Es realmente impresionante el reparto que consigue reunir. Pese a que estamos delante de una gran épica, es a través del dolor y del miedo como conocemos y llegamos a los personajes, y esto hace que la intensidad dramática aumente. Aquí todos los actores lo hacen muy bien, aunque he de decir que Rebecca Ferguson, actriz por la que siento especial devoción, tiene el mejor personaje y lo borda de cabo a rabo.

Rebecca Ferguson como Jessica Atreides, madre del protagonista y personaje esencial en el devenir de la historia.

La película va de menos a más. La tensión y la épica no vienen de las espectaculares batallas, sino del latente peligro de un enemigo que se acerca, gusanos gigantes que arrasan con todo lo que se cruza en su camino, habitantes misteriosos en un planeta desierto, masacres a pueblos enteros… Si bien es una película grandilocuente, nunca descuida el detalle; siempre encuentra la dramática intimista en este contexto elegíaco. Los sueños de Atreides, las visiones que presagian la más absoluta devastación o los pueblos sumidos en el miedo le dan un tono de seriedad y urgencia que va in crescendo a medida que avanza el metraje. Pasamos a un oscuro viaje del héroe, a personajes que mueren luchando hasta su último suspiro, a una violencia en continua elipsis, a pueblos enteros arrasados… Eso es Dune, la versión oscura de la space opera, el viaje incierto de un héroe con una responsabilidad parecida a la de Harry Potter o Luke Skywalker, pero de un modo mucho más cruento, porque para completar dicho viaje deberá perderlo todo, dejar en el camino los valores, la familia y los amigos y convertirse en todo aquello que teme en esos sueños que golpean cada poco tiempo su mente.

Timothée Chalamet como Paul Atreides, protagonista absoluto de Dune en su particular viaje del héroe.

Todos estos elementos están perfectamente manejados por el titiritero Villeneuve. ¿Y qué nos queda? Una epopeya que ni en los mejores sueños del director habría quedado tan perfecta. Cada una de las partes encaja perfectamente para contar una historia de corte medieval en un contexto de space opera, con casas enfrentadas, brujas todopoderosas, mística religiosa, valores caballerescos, guerra, política… Este cóctel traducido en imágenes ya hace de esta película un clásico instantáneo de la ciencia ficción. Una pena que para poder ver la parte dos haga falta casi un milagro en taquilla en un tiempo en el que la gente ha sustituido la gran pantalla por la pequeña.

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