Tiago P. Barrachina
Parece que últimamente las redes sociales se están llenando de una nueva secta religiosa. Hay que tener mucho cuidado, pues puede pasar desapercibida para el resto de mortales, aquellos que los sectarios se atreven a denominar con el cariñoso mote de «dormidos». Mientras unos nos miran por encima del hombro, otros se atreven a darnos una caricia paternalista al son de las palabras: «Es que… no vas a entenderlo».
Los pilares de esta nueva fe están basados en la idolatría a las estrellas que forman nuestra cúpula celeste y en la creencia que afirma que los seres humanos que nacemos en una determinada época del año estamos predeterminados a desarrollar un tipo de personalidad. Nos estamos enfrentando a la astrología, la nueva disciplina que se aprovecha de la necesidad del sentimiento de pertenencia, innato en los seres humanos, que nos lleva a buscar otros entes como nosotros, a reunirnos con nuestros iguales. De esta manera, estamos clasificados en función de la constelación que brilla en el cielo a la hora de nuestro nacimiento. De hecho, los pilares antes mencionados son tan férreos que incluso han sido capaces de sobrepasar la barrera del tiempo, porque para los adeptos de esta creencia parece que los cambios que han sucedido en el firmamento tras la invención de la astrología, allá por la antigua Mesopotamia, no se deben tener en cuenta. ¡Igual da que hayamos encontrado nuevas constelaciones que son más correctas para determinar bajo qué grupo de estrellas hemos nacido! ¿Quiénes somos nosotros para cuestionar los preceptos del zodiaco?

Tanto es así que muchos de los creyentes se han decidido a condicionar sus relaciones con el mundo que los rodea en función de su signo. ¿Eres géminis? Pues ten cuidado con la bipolaridad, que los géminis sois muy volátiles. ¿Virgo? Seguro que eres un alma atormentada. ¿Y tú, aries? Una persona fuerte; ¡qué duda cabe!
Ahora los «dormidos» tenemos que aguantar miradas de desprecio o de rancio paternalismo cuando los ojos de los demás nos atraviesan, pensando que realmente saben cómo somos y cuál va a ser nuestro siguiente movimiento en este tablero de agresivo juego en el que se ha convertido la sociedad moderna. Ya nos lo advirtió Clarín en La Regenta: si naces siendo algo, morirás de la misma manera. Así, quien nace siendo escorpio morirá siendo escorpio y quien nace siendo acuario morirá siendo acuario.
Pero lo más preocupante de esta corriente dogmática es que somos nosotros, los jóvenes, los que más atención le estamos prestando. Cuando nos estábamos empezando a librar de los mecanismos deterministas de la sociedad, aparecen nuevas formas de etiquetado. Para nosotros es más cómodo vivir así, con la conciencia de que nuestras acciones vienen determinadas por una fuerza superior: las constelaciones, que, por cierto, en realidad son concebidas como tal desde nuestra singular e individual posición en el cosmos.
Las cifras no engañan: el índice de seguimiento religioso de las nuevas generaciones ha bajado en gran medida. La gente cada vez acude menos a los templos. Ya se han dejado atrás ciertas costumbres religiosas, y algunas, como la Semana Santa, parece que, hasta cierto punto, han pasado a formar más parte de un ámbito escénico que de uno espiritual. Parecía que los actos de fe se habían convertido en anécdotas del pasado. Cuán equivocados estábamos. Pero, después de todo, ¿qué sabré yo? Tan solo soy capricornio.