Mar Colomer Calleja (@maranniral)
En los últimos años hemos asistido al tardío avance del feminismo en las películas de Disney, sobre todo en las de la franquicia de las princesas. El estereotipo avanza desde las primeras princesas de mediados de siglo (Blancanieves, Cenicienta y Aurora), que limpiaban y hacían tareas domésticas esperando ser rescatadas por su príncipe azul; pasando por unas segundas a principios de los noventa (Ariel, Bella y Jasmín), que ya empezaban a tener cierta personalidad y querían salir a ver el mundo, a descubrir más allá de sus horizontes y del camino que estaba marcado para ellas; o unas terceras ya a finales de los noventa (Pocahontas y Mulán) que ni siquiera llevaban el nombre de «princesa» y que luchaban por su pueblo y lo defendían del enemigo. En los 2000 hay princesas que comienzan a romper con lo establecido, como Tiana, una mujer negra trabajadora cuyo sueño es montar su propio restaurante, o Mérida, quien se niega a casarse. Sin embargo, en todas estas películas «para chicas» se necesita una contraparte masculina. Siempre cuentan con el rol de hombre protector que ayuda a la protagonista en sus aventuras. Este rol también ha ido avanzando desde el príncipe azul salvador hasta un simple acompañante, pero nunca se ha prescindido de él, porque las mujeres necesitamos a los hombres para nuestras películas.
Vamos a pensarlo al revés: ¿cuántas películas dirigidas a hombres —o directamente a un espectador genérico— carecen de personajes femeninos de especial relevancia en sus tramas? Entre el 2000 y el 2016, casi la mitad de las nominadas a Mejor Película en los Óscar no superaban el test de Bechdel, cuyas únicas condiciones son que aparezcan al menos dos mujeres y que hablen entre ellas de algo que no sea un hombre. El sujeto del cine siempre ha sido el hombre, y la mujer no es más que un complemento vinculado a él. ¿Para qué, si no, iba a aparecer en el filme si ellos se las pueden ingeniar solitos para desarrollar una aventura compleja? Las mujeres representamos el 49,5 % de la población mundial, y está claro que eso no se ve reflejado en la industria cinematográfica, dirigida en su mayoría por y para hombres.
Entonces, ¿por qué nosotras tenemos que apoyarnos en ellos para desarrollar una buena historia? ¿Es que nunca puede haber una mujer sin un hombre? Raya y el último dragón nos demuestra lo contrario. Se sitúa en un pasado mítico, en una especie de universo paralelo donde las leyendas del sudeste de Asia se hacían realidad. Al inicio, vemos cómo Raya es una niña con un padre que la protege, pero enseguida llegan los monstruos y acaban con él y con todo lo que nuestra protagonista conoce. Entonces avanzamos seis años en la historia y descubrimos a una Raya madura, que ha tenido que crecer sola y ha aprendido cómo vivir en un mundo hosco, donde debe afrontar los peligros que la rodean. Lo único que tiene es una mascota que le sirve a su vez de transporte. Su compañera a lo largo de la película será un dragón hembra que se camufla la mayor parte del tiempo en un cuerpo humano femenino. Su enemiga, una mujer guerrera e igual de fuerte que ella. Esta también es princesa y está bajo las órdenes de su madre, la reina de su territorio.

Veremos cómo, conforme va transcurriendo el filme, sí que aparecen personajes hombres, aunque su participación es poco relevante, incluso más bien cómica, y no encarnan el rol de masculinidad tradicional que hemos visto en el resto de las películas mencionadas. Por el camino conocen a un niño de unos diez años, que resguarda a las protagonistas y les hace de cocinero, y a un hombre que sí que puede parecer el típico grandullón protector al principio, pero ambas aducen esto al hecho de que se siente solo y, una vez lo llevan con ellas, se convierte en el «niñero» del grupo, pues cuida a la bebé —también inteligente, rápida y con habilidades para la lucha— que las acompaña y, de hecho, demuestra una sensibilidad especial con ella (es el único que se fija lo suficiente en ella como para darse cuenta de que tiene su nombre escrito en la ropa). Hablando de esto, hay un momento en el que la protagonista, harta de esta bebé, le pide a su amiga que le recuerde que nunca tenga hijos. La idea que subyace es que el cuidado de niños y la cocina quedan aquí relegados al ámbito masculino.

Todo esto es muy importante, puesto que las princesas de Disney llevan siendo los referentes de las niñas desde hace más de ochenta años. Podrían ser todo lo machistas que queramos, pero al menos eran películas dirigidas a niñas donde las protagonistas eran mujeres y estas podían sentirse representadas. Este nuevo título nos trae multitud de referentes distintos, pues, desde la protagonista hasta la antagonista, pasando por las secundarias, todas son mujeres reales, con cuyas personalidades y sentimientos nos podemos identificar. Son personajes complejos, que no tienen un único deseo, que interactúan entre ellos y que dan lugar a escenas y diálogos inspiradores. Por fin tenemos referentes coherentes, fuertes, graciosos, luchadores, líderes, que pueden resolver sus conflictos por sí mismos, que no piensan en casarse ni quieren tener hijos —y es aceptable; nadie lo cuestiona—, pues sus objetivos van mucho más allá de aquel que nos implantaron a las mujeres hace miles de años, con el nacimiento de la propiedad. Y todos los personajes las siguen porque creen en ellas; no por su bondad y su cara bonita, sino porque han demostrado con actos que son merecedoras de ello.

¿Podríamos estar asistiendo a la primera película totalmente feminista de los clásicos de Disney? Yo digo sí y llevo a cabo mi propio test: si cambiáramos de género a todos y cada uno de los personajes femeninos, no nos resultaría extraño, porque no hay estereotipos en ellos. Sería una película más de hombres salvando el mundo. Pero si algo diferente tiene Raya y el último dragón es que por fin somos nosotras las dueñas de la pantalla en una aventura apta para todos los públicos. No es una «peli de chicas», pero sí una donde los personajes femeninos son chicas reales (y no estoy hablando del cargo de princesa). Esperemos que las futuras películas de animación sigan la misma línea y que nuestras niñas crezcan inspiradas por estos referentes.










Arte conceptual de Raya y el último dragón
Muy buena reseña, la más inteligente que he leído.. Mis hijas pequeñas (8 y 2) aman la peli. Yo añadiría que antes de «hartarse» de la bebé, Raya se interesó en salvarla al verla indefensa, no obstante que estaba enfocada en su misión, es decir, una mujer puede interesarse en preservar la vida sin dejar de ser fuerte y autosuficiente. La antagonista (cabello rapado, golpea a un hombre cuando la cuestiona) pudiera ser una alusión al feminismo ultra combativo que (a veces), puede estar equivocado, como de hecho sucede en la película. Por su parte, Raya es una líder nata, pero que busca concenso con sus subordinados. Ambas son líderes pero son 2 tipos diferentes de liderazgo, ojo. Finalmente, la figura paternal del jefe Benja, no mata la masculinidad, la salva al dejar a su hija el ejemplo del pluralismo (hermosa metáfora al cocinar combinando ingredientes diversos). Un padre soltero que no es perfecto, pero que hizo su mejor esfuerzo al criar solo a una hija fuerte y líder.
Saludos y felicidades por su crítica
Mis respetos, buscaré más su material.
Me gustaMe gusta