Marc Caballer Galcerá
Preámbulo
Cuando Najat el Hachmi ganó el Premio Nadal, el pasado 6 de enero de 2021, por la obra El lunes nos querrán, cuya edición esperaremos con impaciencia, no pude evitar sentir cierta alegría y orgullo basados en la reciente experiencia lectora de su novela Madre de leche y miel. El Hachmi es una de esas voces capaces de desentrañar la sensibilidad inherente a las pequeñas cosas sin explicarlas y de explicar las grandes cosas sin decirlas. Lo concreto envuelve lo abstracto y lo abstracto se presenta en lo concreto. Por eso las buenas novelas siempre entrañan esa «verdad de las mentiras», ese retrato de un mundo «otro» y a la vez un mundo «este».
Así las cosas, no pude evitar acordarme del estudio que realicé poco tiempo ha, para esas extraordinariamente interesantes clases de Literatura y Cultura en Lengua Árabe (Universitat de València, Área de Estudios Árabes e Islámicos, a cuyos profesores, Josefina Veglison y Antonio Constán, debo, sin duda, una gran parte de mi conocimiento actual). Se trataba de una serie de comentarios analíticos de la obra antes mentada, Madre de leche y miel, que ahora he decidido reformular como una aproximación a la literatura y la propuesta de El Hachmi para exponerla en este espacio cultural ad hoc que es la revista Parnaso.
Sobre la autora y su obra
Madre de leche y miel es una novela escrita por Najat El Hachmi y publicada en 2018 por Ediciones Destino. Najat el Hachmi (1979) nació en la región del Rif (norte de Marruecos) y a los ocho años se trasladó a Vic, en Cataluña. Estudió filología árabe en la Universitat de Barcelona. En 2004 presentó Jo també sóc catalana, un texto autobiográfico en el que aborda su experiencia como migrante, la cuestión de la identidad, la lengua, la religión, etcétera.
En Madre de leche y miel la autora rifeña y catalana recupera algunos de los temas que ya había tratado en su obra como 1) la identidad del pueblo amazigh, cuestión que reivindica acudiendo a las costumbres y la lengua de dicha cultura; 2) el islam y el conflicto con Occidente y la modernidad; 3) la añoranza, el miedo y, en definitiva, las vicisitudes del migrante; 4) el machismo, las diferencias sociales entre hombres y mujeres, y el miedo como producto de estas relaciones de poder; 5) los lazos entre mujeres, los vínculos de sororidad y de maternidad y las consecuentes separaciones traumáticas entre mujeres; 6) la mujer musulmana, la mujer migrante, la mujer madre, la mujer hija, la mujer desgarrada entre dos mundos, la mujer en tierra de nadie, la mujer invitada o extranjera en todas partes, el espacio de la mujer en el mundo y la mujer en sí.

Madre de leche y miel, de Najat El Hachmi
Debido a las características de la presente exposición, acotaremos el objeto de análisis y nos centraremos solo en algunos aspectos. Así pues, la novela de El Hachmi se sirve de unos pilares, de unas ideas, que aparecen a lo largo de toda la obra y sirven para fundamentar el argumento central. Las más recurrentes y transversales son «las normas», «las tareas», «la separación» y «el trabajo».
1) Las normas
Las normas —entendidas como códigos sociales y valores basados en ritos, creencias y estructuras de poder fuertemente patriarcales— vertebran el texto de principio a fin y condicionan la vida de todos los personajes y, sobre todo, la de las mujeres. La aplicación rigurosa de estas normas tiene la capacidad de convertir a la mujer en una «mujer decente». Por el contrario, la transgresión de estas normas —a veces tan volátiles como la imaginación de una suegra envidiosa: «Aquella norma que se había inventado para martirizar a las nueras» [170]— supone la deshonra, el desdén y la repudia de todo el colectivo: «Fátima no tardaría en darse cuenta de que había un montón de cosas que no se podían hacer porque eran de perdidas» [46]. De entre todas esas «cosas» la más importante es «no estropearse»:
Podría ser trabajadora, buena cocinera, cumplidora, ahorradora, buena persona, callada, devota, atenta, servicial. Podría ser una belleza excepcional . . . , podría tener unas carnes llenas de salud. Una mujer podría tener todas las cualidades del mundo, pero si estaba estropeada no servía para nada [57].
Algunas normas están directamente relacionadas con los hombres: no mirarlos directamente a los ojos, no volverles la espalda, no desafiarlos, vestirse decentemente, no decir palabrotas en su presencia y no relacionarse con los que no forman parte de la familia (cuyo centro es el padre antes de casarse y el marido después) [52]: «Las mujeres no van al mercado, y todavía menos las esposas como es debido» [54], «las novias han de ser gráciles, delicadas, de movimientos suaves, como si no pisaran el suelo. Y tenían que mostrarse tímidas, mirar al suelo y no responder con estridencias» [126].
La mera idea de transgredir las normas produce en Fátima un sentimiento de culpa que funciona como un panóptico foucaultiano, proceso mediante el cual la propia persona se autocastiga al entender que su conducta es pecaminosa: «Siempre tenía la sensación de que hacía algo prohibido» [55], «se lo reprocharía largamente, Fátima, traerás desgracias por tu comportamiento indecente» [57], «deseaba secretamente, cuando engañaba la corrección que se imponía hasta en el pensamiento» [102]. Así, el propio sujeto integra y reproduce la vigilancia de la sociedad (Foucault, 1975).
Cabe señalar —y en honor a la verdad— que no todas estas normas tienen una lectura «negativa», por supuesto. Uno de los ejemplos más hermosos que podemos extraer de la novela es «no cometer rmuncar», una norma que consiste en «no dañar a un inocente». Un inocente como puede ser un niño, un bebé o una mujer embarazada: «Era sagrado cuidar de las embarazadas, si no lo hacían sí que les habrían acusado de rmuncar, de hacer mal a alguien que no puede valerse por sí misma» [179].
2) Las tareas
Estas normas entran en conflicto con el modo de vida de las mujeres, pues una de las normas principales que deben acatar es cumplir con las tareas: «La peor vergüenza de la mujer era la pereza y se esforzaba por cumplir las tareas» [41], «se encargaba de las tareas como debía una buena chica, con la cabeza agachada» [77]. Huelga decir que los chicos se comportan de manera diferente cuando son pequeños: «El chico era el chico, claro, y no podía encargarse de ninguno de aquellos trabajos pesados» [41], y sigue cuando son mayores: «los hombres solos nunca se hacen la cama» [66]. Pero, para cumplir con dichas tareas, las mujeres deben salir de casa y afrontar la realidad del espacio común, en el que conviven con los hombres: «A Fátima y sus hermanas, siendo niñas, les estaba permitido salir al exterior, pero siguiendo unas normas, unos recorridos específicos para realizar sus tareas» [53, la cursiva es mía].
El Hachmi, con la intención, tal vez, de reivindicar la gran labor de las mujeres (a pesar de que no sea remunerada), insiste una y otra vez en las tareas que realizan. Las enumera, las desarrolla y las repite de principio a fin. Esta repetición no es baladí, pues se trata en las más de las ocasiones de tareas que se realizan a diario y no una sola vez:
No podía aguantar un solo día sin hacer pan, no había dejado de hacerlo desde que tenía siete años lunares, solo había parado los tres días que duró su boda, los siete pertinentes después de la noche de bodas, los meses de embarazo y los que estuvo pendiente de Sara. . . . Cada día del mundo, hiciera frío o calor, fuera fiesta o un día normal, pasara lo que pasase, Fátima había hecho el pan para toda la familia [207].
A continuación ofreceremos una relación de las tareas que señala la novela: amasar y hacer el pan, limpiar, poner orden, sacudir las alfombras, pasar los trapos, poner las mantas, hervir el agua para las abluciones, lavar menta, escaldar té, apilar cosas, cocinar, lavar la ropa en el río, traer agua, hacerse cargo de los recién nacidos y los niños pequeños, limpiar el corral, coger hierbas, buscar cebada, guardar la mula y las gallinas, buscar ramillas para hacer el fuego, buscar los dos tipos de agua (la de beber y la de hacer las tareas), ir al mercado y encargarse de la compra, pedir precios, regatear, trabajar el huerto, preparar galletas, pastelitos y dulces en general, sacar brillo a las bandejas, las cucharas, los platos y los vasos, zurcir almohadas, arreglar tejidos, revolver la tierra del huerto, cavar zanjas, encalar paredes, criar corderos, prepararse por si viene alguien, especialmente para el marido; colocar barreños para recoger agua de lluvia, fregar, barrer y quitar el polvo. Toda una letanía que sintetiza de la siguiente manera «parir y trabajar, criar y trabajar, volver a embarazarse y trabajar» [97] y que finalmente criticará de esta guisa: «No es posible que fuéramos creadas para ser tratadas como animales, para agotarnos cada día desde que rompe el alba hasta el anochecer» [215], y también: «Una falsedad inventada por algún orden que existía mucho antes del que hay ahora» [ídem].
3) La separación
Uno de los temas principales —si no el más importante— es la relación entre madres e hijas. La narración que hace Fátima se divide en dos planos que se alternan: uno que sucede entre su nacimiento y el viaje a España, en el que la relación primordial es la que mantiene con su madre —también con sus hermanas—, y otro que sucede entre la llegada a España y su regreso a Pozo de higueras, su aldea natal en el Rif, y cuyo eje es la relación con su hija. En el primero de estos planos ella es hija y la relación con su madre, Zraizmas, se relata desde esa perspectiva. En el segundo plano ella es madre, y no solo percibe la relación desde ese punto de vista, sino que su experiencia personal ha condicionado —como es natural— la relación con su hija.
El mayor condicionamiento que sufre Fátima es el que le ha causado una serie de «separaciones traumáticas» con su madre, por quien siente devoción, complicidad y un amor intenso: «Aquella imagen de su madre la turbaba, la fascinaba de tal forma que no podía apartar los ojos de ella» [42]. Esto es algo que ya estaba en La filla estrangera (El Hachmi, 2015). La separación produce un conflicto interno desgarrador, «como lo son todas las separaciones entre madres e hijas que relata esta novela, empezando por el destete» (Freixas, 2018, párr. 6). Yo diría más: la primera separación es la del propio cuerpo, la del parto, momento en que madre e hija se separan físicamente. Si esta no es significativa para el bebé, al menos sí lo debe de ser para la madre. La segunda separación es la del destete, que sucede cuando la criatura cumple dos años lunares: «Ahora que Fátima cumpliría los dos años le daba pena tener que destetarla» [18], «se pasó horas buscándola y lloriqueando, primero, y gimoteando sin parar después. Lala, llévatela, le dijo Zraizmas, y eso fue aún peor. . . . Quería ir a buscar a Fátima, abrazarla y poderse mirar a los ojos como habían hecho madre e hija desde que ella naciera» [22], «madre e hija se fueron acostumbrando a esos cuerpos desgajados el uno del otro» [23].
Otra exclusión es la que supone alejarse del espacio materno a medida que la niña crece: «Pero cuanto mayor se hacía más le costaba penetrar en esa nube que formaban sus padres» [42]. La madre no es de sus hijas, ni siquiera de ella misma, sino de su marido. En caso de divorcio, las madres tienen que separarse de sus hijos cuando cumplen siete años lunares: «Las madres se tenían que conformar con desprenderse de los hijos, que por ley eran más del padre que suyos» [73]. Aunque esta separación no se dé, puede producir un miedo terrible en la madre por su presencia fantasmática.

La separación final y la más desoladora es la que se produce cuando la familia «entrega» en matrimonio a la mujer, que ahora ya no es de su casa, sino de su marido, por lo que se desarraiga completamente, desterrando una parte de su ser:
Fátima había añadido una nueva desazón a los miedos que la asediaban. Era la de tener que marcharse de casa, la de tener que ir a su propia habitación y dejar a su madre atrás . . . Es ley de vida, le decían. . . . ¿Cómo podía ser ley de vida que la hija que le había nacido del vientre, a quien había amamantado, que había criado con los pocos sustos y sufrimientos de hacer crecer una criatura, que le había hecho compañía y de quien sentía la piel como si fuera propia, cómo podía ser que ahora tuviera que marchar a casa de unos desconocidos y quedarse a vivir allí para siempre? [88].
En todo ello hay algo de ese tópico del «paraíso perdido» de la infancia (J. Milton), del retorno a la aldea (Al-Sayyāb) y también cierta reminiscencia musulmana: «El paraíso está a los pies de la madre» (Mahoma). Además, El Hachmi utiliza esta «separación» para establecer una metáfora con el mundo del migrante, pues estas separaciones violentas hacen que la protagonista se sienta como «una extranjera en todas partes» [65], «una extranjera en casa de mi madre». «Este ya no es mi sitio», continúa, «la muerte debe ser esto» [144], «la abuela Mimuna decía que, tarde o temprano serían de otro, forasteras» [39, la cursiva es mía]. Es por eso que las hijas no tienen derecho a «una habitación propia», porque en casa del padre son «invitadas de larga duración».
Otro lugar en el que son extranjeras las mujeres, por paradójico que parezca, es en su propio cuerpo, pues no tienen el control del mismo, ni en lo inmediato ni en lo ulterior: «Hablaban de la decisión de casarse como si realmente estuviera en sus manos. . . . Rieron en estallidos que querían exorcizar todos los miedos de sus cuerpos, unos cuerpos de los que se sentían del todo extranjeras» [85].
4) El trabajo
Después de la lectura de Madre de leche y miel podemos extraer la conclusión de que el trabajo es necesario para la mujer en tanto en cuanto ofrece la posibilidad de independencia económica y, con ello, la independencia con respecto a los hombres. Pero aquí nos referimos a un trabajo remunerado, porque si algo hemos aprendido de la novela de El Hachmi es que las mujeres trabajan (y mucho), aunque no reciban un salario.
Fátima, la protagonista de la novela, viaja a España e inesperadamente descubre todo esto: «Allí las mujeres hacen lo que quieren, pueden ganar dinero trabajando y entonces no le han de dar explicaciones a nadie» [185]. Las circunstancias obligan a Fátima a trabajar para sacar adelante a su hija: «Y me tuve que convertir en hombre», señala en reiteradas ocasiones. Es a través del trabajo y solo así la manera en que Fátima consigue construirse «una habitación propia» y mantener en pie sus «sueños», que no son otros que los de permanecer al lado de su hija.
El trabajo remunerado ofrece —sin duda— la posibilidad de que las mujeres sean independientes de los hombres. Es por eso que cada ocho de marzo celebramos el día de la mujer trabajadora. Además, una sociedad en la que la mujer tiene acceso al trabajo es una sociedad con un mayor número de efectivos, económicamente hablando. No obstante y a mi parecer, transmite cierta idealización de Occidente, al menos en lo que al trabajo se refiere. Es cierto que el trabajo dignifica en tanto en cuanto otorga la posibilidad de independencia, y es cierto que ofrece esa posibilidad, lo que supone un avance social de incalculable valor. Sin embargo, quizá no sea del todo cierto que la mujer occidental es (tan) libre. Cuando miro a mi madre y pienso en ello, creo que la suya ha sido una generación en la brecha, una generación en la transición (nunca mejor dicho) entre dos modelos: un sistema en el que la mujer no tenía tanta participación y un sistema en el que cualquier mujer puede desempeñar una labor remunerada. Es por eso, quizá, por ese «vivir en la brecha», una generación que ha sufrido lo peor de los dos modelos. Se trata de una generación que no solo ha tenido que trabajar porque «por fin tenía acceso al trabajo», sino que además ha tenido que seguir cumpliendo con todas las «normas» del pasado (pues seguían estando ahí, en el fondo, inamovibles y persistentes, como una rémora), normas como «casarse» y «tener hijos», y además llevar a cabo todas las «tareas» que se esperaban de una mujer «de bien», como servir a sus maridos y criar a esos hijos. Se trata de una generación en la que, en muchas ocasiones —no siempre—, la mujer no solo ha desempeñado el papel que le correspondía tradicionalmente, sino que además ha tenido que desempeñar también el del hombre, llegando incluso a asumir toda la responsabilidad —económica y anímica— de la unidad familiar.
Esta generación de la que hablo es la misma que debió conocer la protagonista de la novela cuando llegó a España, y es lógico que quedase fascinada por contraste, por las mujeres transgresoras que pudo encontrar en una sociedad catalana que progresaba imparable. Pero el acceso al trabajo no supuso la detonación inmediata de todos los códigos culturales que preexistían. Aunque fue un proceso importante hacia la libertad de la mujer, mudar los valores es una lucha que requiere mucho más tiempo, una lucha que todavía sigue a día de hoy. Ni Roma se construyó en un día ni los cuentos de Las mil y una noches se narraron en una noche.

Breve aproximación a las fuentes de El Hachmi en Madre de leche y miel
A partir de todo lo que hemos analizado y de conocimientos ulteriores, trazaremos una línea de fuentes y posibles fuentes en la literatura de El Hachmi que pueden servir para abrir líneas para futuros estudios y/o análisis relacionadas con tradición, intertextualidad, interdisciplinariedad y un largo etcétera.
Toda la novela de El Hachmi está atravesada por la añoranza, ya sea la añoranza del seno materno, la añoranza de la tierra o la añoranza de la hija: «Eso de la añoranza, hermanas, solo se entiende si la has pasado, no te la puedes imaginar» [150], «entonces empecé a sentir aquella añoranza tan terrible de vosotras, aquella honda tristeza. No solo de vosotras, también de estas tierras secas, de nuestro día a día aquí» [113] y
Me sentía expulsada de todo, de mi tierra, de las dos casas que no eran mías y, sobre todo, es que me invadió una añoranza imposible de soportar, una nostalgia de morirme, como aquellas tardes de aburrimiento en que no te vienen más que malos pensamientos. . . . y yo sollozaba mirando aquella ventana estrecha por si veía un pedazo de cielo. Necesitaba el cielo y la luna y las estrellas para poder pensar que muy lejos de allí vosotras veríais el mismo cielo, aquella luna y aquellas estrellas. Pero era un pedazo muy pequeño como para encontrar consuelo. Y era gris y estaba helado [70].
Anteriormente hemos mentado el mito del retorno a la aldea —Chaykur— que tiene su origen en la poesía de Al‑Sayyāb, y también la fuente musulmana «El paraíso está a los pies de las madres». No en balde El Hachmi es licenciada en Filología Árabe y se nutre de esta tradición centenaria. Pero también hay algo de John Milton —el paraíso perdido— y de ese otro paraíso perdido de la infancia, ese paraíso proustiano que podemos encontrar en À la recherche du temps perdu.
Si buscamos en la cultura española de los últimos cuarenta años, también podemos encontrar un «autor» que se refiere incansable a un «retorno a la aldea». Aunque no podemos garantizar la relación, en películas como Qué he hecho yo para merecer esto, Dolor y gloria, Volver, etc. Pedro Almodóvar recurre a personajes que no desean otra cosa que regresar al pueblo, a sus orígenes, a su tierra. El capítulo 16 de la novela Madre de leche y miel también recibe este nombre: «Volver».
Otro aspecto reseñable de ese conocimiento de la literatura y la cultura árabe que profesa El Hachmi es la constante recurrencia a las mujeres «contadoras de cuentos». Se refiere a ellas como «grandes narradoras», y a esa «voz» de la mujer como una voz milenaria, preciada, secreta, interior, individual y colectiva al mismo tiempo. Asimismo, es posible que también haya algunas reminiscencias de Época de migración al norte. Fátima dice «no pudo evitar sentirse tensa como la piel de un tambor» [124], mientras que Mustafa Said decía, en la que fue nombrada «la mejor novela árabe de todos los tiempos», «mi piel era tersa como la de un odre hinchado» (Saleh, 1998, p. 32).
El Hachmi recurre muchas veces al concepto de la «habitación propia» (A Room of One’s own), un concepto original de Virginia Woolf, pero no se trata aquí de un espacio en el que la mujer pueda tener esa intimidad y esa libertad para escribir, sino que, además de eso, adquiere aquí otros significados específicos. La habitación propia de El Hachmi es el lugar en el que la mujer puede cumplir sus sueños, cuidar de sus hijas y ser no‑extranjera, un lugar al que pertenecer, un lugar «en el que ser», en el que vivir segura y sin miedo. Así, El Hachmi retoma y resignifica el concepto de Woolf (o, más bien, lo enriquece semánticamente, como quien añade un par de torres más a un castillo bien construido) mediante otros códigos culturales: «Espero de todo corazón que Dios te lleve a una buena casa donde tengas una habitación propia como es debido» [43].
Existe toda una literatura de mujeres que reivindica el espacio de la mujer. Esta literatura relega «el mundo de los hombres» a un segundo plano y pone el foco en todo aquello que se refiere a la mujer. La acción de los hombres brilla por su ausencia en Madre de leche y miel. ¿A dónde van los hombres cuando no están en la escena? Eso es algo que no nos interesa. Novelas como Mujercitas (May Alcott, 1868), Memorias de Mamá Blanca (De la Parra, 1929), Sueños en el umbral (Mernissi, 1994) y Tomates verdes fritos (Flagg, 1987) entre otras, trabajan de un modo parecido. Son grandes obras sin lugar a equívoco y atraviesan las fronteras para hablar de una misma cosa: los lazos entre las mujeres.

Relación de personajes
Fátima (protagonista y narradora)
Familia de Fátima
- Zraizmas (madre de Fátima)
- Mumina (abuela de Fátima)
- Ichata (abuela de Fátima)
- Omar (padre de Fátima)
- Abrqaddar (hermano de Fátima)
- Malika, Fadma, Miluda, Aicha, Najima (hermanas de Fátima)
- Fadira (cuñada, mujer de Abrqaddar)
- Sara Sqali (hija de Fátima)
- Driss (sobrino de Fátima)
- Lala Zamimunt (tía de Fátima)
- Bagdad (tío de Fátima)
- Drifa (prima de Fátima)
- Naíma (prima de Fátima)
- Bebé (hijo de Sara Sqali, nieto de Fátima)
Familia Sqali
- Mohamed (marido de Fátima)
- La suegra
- Hermanos de Mohamed
- Cuñadas de Fátima
- La Jorobada, Yamila, Jadiya (hermanas de Mohamed
Otros
- Latifa (amiga de Fátima en Barcelona)
- Marido de Latifa (ayuda a Fátima)
- Hombre de Barcelona (ayuda a Fátima)
- Mujer rubia (ayuda a Fátima)
- Encargado de la fábrica (acosa a Fátima – trabajo)
- Maestro (acosa a Fátima – infancia)
Referencias
El Hachmi, N. (2018). Madre de leche y miel (Trad. R. M. Prats). Barcelona: Destino (Original en catalán).
Freixas, L. (2018). Najat El Hachmi: Madre de leche y miel. Recuperado de http://www.que-leer.com/2018/04/30/najat-el-hachmi-madre-de-leche-y-miel/
Saleh, T. (1998). Época de migración al norte (Trad. M. L. Cavero). Madrid: Huerga y Fierro (Original en inglés, 1966).
Bibliografía mencionada
De la Parra, T. (1978). Memorias de Mamá Blanca. Ciudad de México: Editores mexicanos unidos (Original en 1929).
El Hachmi, N. (2004). Jo també sóc catalana. Barcelona: Labutxaca.
El Hachmi, N. (2015). La filla estrangera. Barcelona: Edicions 62.
Flagg, F. (2011). Tomates verdes fritos (Trad. V. Pozanco Villalba). Barcelona: RBA (Original en inglés, 1987).
Foucault, M. (1978). Vigilar y Castigar (Trad. A. Garzón del Camino). Madrid: Ed. Siglo XXI (Original en francés, 1975).
May Alcott, L. (2010). Mujercitas (Trad. A. Lería). Madrid: Anaya (Original en inglés, 1868).
Mernissi, F. (1996). Sueños en el umbral: Memorias de una niña del harén (Trad. Á. Pérez). Barcelona: El Aleph (Original en inglés, 1994).
Woolf, V. (2016). Una habitación propia (Trad. L. Pujol). Barcelona: Austral (Original en inglés, 1929).