Ensayos y artículos

220 años

Alejandro Gutiérrez León nos descubre, en relación con las recientes elecciones estadounidenses, el peligro que atenaza a la democracia occidental.

Alejandro Gutiérrez León

Sabíamos que estas elecciones estadounidenses iban a ser intensas. Más allá del vaticinio de una holgada victoria demócrata, la capacidad del huésped de la Casa Blanca de impregnar de controversia y crispación sociales a todo lo que le rodea está demostrada. No obstante, y una vez más, las encuestas parecen volver a equivocarse en prever la voluntad ciudadana, algo que se está volviendo costumbre y que puede ser un claro signo de cambio social. Así, el magnate republicano ha hecho vanos los intentos de sus adversarios de ganarse a la minoría latina, obteniendo, gracias a ello (o, al menos, en parte), un estado clave: Florida. A esto hay que añadir la escasa ventaja por la que Biden ha ganado en muchos territorios. En definitiva, pendientes de la resolución de varias demandas judiciales solicitadas, no está todo claro, y menos lo estaba cuando el todavía presidente salió en rueda de prensa a auto proclamarse vencedor y a negar, aunque parezca contradictorio, el resultado electoral.

Fueron también muy reñidos (con 73 electores cada uno) los comicios que enfrentaron, hace ya mucho, a Thomas Jefferson y a Aaron Burr. Tras una sangrienta guerra civil y de independencia y una fracasada Confederación, la todavía vigente Constitución de 1787 había dado lugar a los actuales Estados Unidos de América. Esta carta magna supuso el intento de compaginar una unión de estados soberanos con un poder central del que, no obstante, se esperaba la fuerza necesaria. Este fue, sin duda, el gran reto de los dos primeros presidentes, George Washington y John Adams, quienes buscaron consolidar el nuevo país reforzando el poder federal en contra de una oposición: los republicanos, defensores de las libertades estatales.

No era, pues, la tensión menor que la actual, y, aun así, el año clave de este proceso, 1800, se saldó con un triunfo de la democracia. La victoria de Jefferson supuso la alternancia pacífica en el poder de dos formas de concebir el nuevo estado muy diferentes, pero que, a pesar de todo, pudieron coexistir en aras de un bien común. Si bien puede parecer poco relevante, este hecho supuso un punto de inflexión en el continente americano, mientras, y a diferencia de sus vecinos septentrionales, los distintos grupos políticos de las repúblicas latinoamericanas -aparecidas poco después- no fueron capaces de reconocerse mutuamente como posibles y legítimos poseedores del poder, lo que les abocó a guerras y violencias crónicas y, con ello, al atraso social y económico de estos países.

Es por esto muy grave que, 220 años después de este hito, Donald Trump hable de fraude electoral, incitando a millones de habitantes, armados, a detener el recuento de votos, a lo que habría que añadir algunas noticias sobre anomalías en los comicios, como posibles votos de ciudadanos muertos o censos inflados. Ciertos o no estos rumores, con las acusaciones del demagogo presidente, la principal democracia occidental podría estar en peligro, mientras el mundo cruza las puertas de una crisis donde, como lleva tiempo advirtiendo el filósofo coreano Byun-Chul Han:

«Los estados occidentales pueden tender hacia una versión autoritaria del capitalismo».

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