
Mar Colomer Calleja (@maranniral) y Ana Genovés Roca (@anagenovesroca)
A lo largo de los siglos XIX y XX, la experiencia de la Modernidad trastocó, entre otras cosas, la vida en sociedad de las poblaciones y ciudades de América Latina, hecho que podemos ver reflejado continuamente en los productos culturales de la época. Hoy en día, son otras preocupaciones las que nos ocupan, y, del mismo modo, podemos hablar del impacto en nuestra ya modernizada sociedad de lo que ha sido denominado como «hipermodernidad». En La era del vacío (1986), Gilles Lipovetsky describe lo que supone este movimiento diferenciándolo de la Modernidad y la posmodernidad. En los poemas de José Martí o en los relatos de Machado de Assís, veíamos claros ejemplos de cómo el nuevo ritmo de la ciudad o de las fábricas modificaba las relaciones sociales, mientras que, en las obras hipermodernistas, será la inclusión de nuevos materiales tecnológicos y virtuales, según Lipovetsky, la que tendrá la capacidad de cambiar y torcer de nuevo nuestra forma de ser y de relacionarnos los seres humanos.
De este modo, confiamos en los productos culturales atravesados por estos movimientos para descubrir y explorar las formas en las que se ha tergiversado, de una u otra manera, nuestra experiencia de lo real. Podríamos citar multitud de ejemplos de productos culturales que hoy en día denuncian, directa o indirectamente, estos cambios y consecuencias de la experiencia de la hipermodernidad en la vida social de las personas. No obstante, vemos en Black Mirror una muestra clara y potente de ello, ya que pone en cuestión ciertos aspectos que problematizan las relaciones sociales con los que todos podemos sentirnos identificados. Black Mirror es una serie británica creada por Charlie Brooker que se estrenó en 2011 y continúa, a día de hoy, en emisión. Muestra realidades futuras y ficticias para plantear problemas que hallamos o que empiezan a despuntar en nuestra actualidad. Por tanto, podemos servirnos de ella como ejemplo o prueba de lo que puede llegar a ser una experiencia de la hipermodernidad aún más elevada que obliga a sus personajes a formar parte de ella.

Otra de las cuestiones que nos ha llevado a elegir esta serie como punto de partida y eje central de nuestro trabajo es el hecho de que, a partir de algunos de sus capítulos, podemos inferir reacciones y actitudes que ya se habían puesto en relato en los siglos XIX y XX, sobre todo en la obra de autores latinoamericanos que habían experimentado la Modernidad. Los capítulos seleccionados para su análisis —entendidos como detonadores de toda una crítica de interconexiones entre una realidad pasada y una actual o futura— son «Toda tu historia», «Ahora mismo vuelvo», «Blanca navidad», «Caída en picado», «San Junípero» y «Cuelguen al DJ». En esta parte del ensayo analizaremos los tres primeros, que además son los que se emitieron antes porque pertenecen a las primeras temporadas, y dejamos los tres últimos —que ya se produjeron bajo la marca Netflix—, junto a la conclusión, para la segunda parte. Hablaremos de todos en profundidad, por lo que ya avisamos de que podemos destripar parte de la historia o desvelar el final al lector.
En todos estos capítulos veremos, entre otras cosas, lo mismo que ya conceptualizaba Zygmunt Bauman (2005) como «Modernidad líquida», es decir, la inestabilidad y pérdida de equilibrio que se sentía, social e individualmente, antes de la llegada de las experiencias de la Modernidad y, posteriormente, de la hipermodernidad, que han convertido y convierten, sucesivamente, lo «sólido» en «líquido». De hecho, con la sociedad futurista y ficticia que plantea Black Mirror, podríamos llegar a pensar en la conversión de lo «líquido» en lo «gaseoso», por el modo en que se lleva al extremo la inestabilidad de las relaciones sociales por intervención de las redes, las nuevas tecnologías y las nuevas formas de comunicación que aluden al campo de la ciencia ficción. Del mismo modo que explicaba Marshall Berman acerca de la Modernidad en la introducción de Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la Modernidad (2004), Black Mirror también «tiende a proponer como modelo de sociedad moderna, una sociedad que en sí misma está exenta de problemas» (p. 19), pero luego, en la mayoría de capítulos de la serie, nos damos cuenta de que ese mundo es, en realidad, una agrupación de sociedades distópicas orwellianas. Y es que esta serie es representativa de la ciencia ficción y, como apunta Philip K. Dick (2018), las historias de este género se basan en un mundo como el nuestro a partir del cual se crean una serie de derivaciones o desfiguraciones que nos hacen distinguirlo del primero.

No obstante, Black Mirror va más allá y, al igual que La invención de Morel (Bioy Casares, 1940) u otras obras prospectivas de tipo fantástico tecnológico, nos permite reflexionar sobre cómo la evolución de la tecnología y la comunicación influyen en la subjetividad y en las relaciones humanas, al mismo tiempo que pueden llegar a transformar política y socialmente el mundo. Es por esto que es necesario que planteemos algunos interrogantes antes de problematizar las consecuencias de las experiencias de la Modernidad e hipermodernidad con el análisis de los capítulos seleccionados de Black Mirror en relación con otras obras de los siglos XIX y XX. ¿Hasta qué punto las tecnologías afectan a nuestras relaciones sociales? ¿Cómo entendemos el amor en un mundo interconectado? ¿En qué medida se acercan estas realidades futuristas a la realidad?
«Toda tu historia»
En «Toda tu historia» (Armstrong, 2011), un dispositivo electrónico, implantado en la parte posterior de la oreja del sujeto que lo lleva, graba y guarda todo lo que este hace, ve y oye, y después le da la oportunidad de revisarlo y volver a verlo a tiempo completo. De este capítulo, destacamos sobre todo tres aspectos: lo que significa y supone vivir de los recuerdos, el estancamiento o la destrucción de las relaciones sociales y la tecnología como sustituta de las necesidades humanas.

En primer lugar, vemos cómo las relaciones sociales pierden importancia, pues, quienes ya han vivido lo suficiente, llegan a preferir repetir sus recuerdos satisfactorios una y otra vez, en lugar de esforzarse por crear otros nuevos. Ya no necesitan vivir nuevas experiencias, lo que, por una parte, supone el no menester de relacionarse con nuevas personas y, por otra, el comportamiento frío e irrespetuoso a la hora de conocer a gente diferente a la que están acostumbrados. No obstante, la ironía de todo esto está en que, de una u otra manera, siguen viviendo en contacto mental y físico con personas. Nunca podremos eliminar la parte social de nuestra vida, y la tecnología —entendida en este caso como el invento del implante de la memoria— no hará más que tratar de sustituir modelos humanos. En este sentido, destacamos una escena del capítulo en la que el protagonista y su pareja mantienen relaciones sexuales y ambos, en lugar de vivir el acto en el presente, deciden disfrutarlo recordando otros tiempos. El sexo, que podría considerarse como el acto social más primitivo que existe, ya no es necesario en términos de realización práctica, pues el recuerdo mental les sirve para eclipsar ese momento.

De este modo, podríamos hablar de una destrucción de las relaciones sociales en su dimensión física y una sustitución de este componente tangible por un invento tecnológico que proyecta una nueva experiencia del tiempo y de la memoria de los individuos. Mientras que nuestra memoria modifica algunos factores de lo que ha pasado en realidad para hacernos la vida más llevadera, la que se crea en este capítulo es una memoria completa que, además de suprimir la espontaneidad de nuestras decisiones con el fin de evitar un posterior arrepentimiento, neutraliza también la posibilidad de vivir el presente y el futuro, ya que estamos continuamente recordando momentos, cosa que ocupa tiempo de nuestra vida.

Esto último recordará a las originales experiencias temporales que atravesaban a sujetos como el protagonista de «Funes el memorioso», de Jorge Luis Borges, quien «dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero» (2007, p. 3). De este modo, ya en 1944, se pone en relato una nueva experiencia temporal que, en algunas ocasiones, obligaba a sacrificar al individuo su presente y futuro. Dicha temporalidad la retoma Black Mirror, proyectando una misma problemática que surge, en este caso, de una experiencia y una realidad diferentes.
«Ahora mismo vuelvo»
En este capítulo (Brooker, 2013), Ash muere de improviso, y su pareja, Martha, sufre un proceso de duelo en el que es tentada y llevada a recrear tecnológicamente a su pareja. A lo largo del episodio, se destacan una serie de temas transversales, como la realidad robótica opuesta a la humana, la utilidad de las tecnologías, la superficialidad que reflejan las redes sociales o la inmortalidad.

De este modo, vemos la fabricación de una entidad, aparentemente humana, pero caracterizada por una incapacidad emocional robótica. Esta «criatura» recuerda fácilmente a los autómatas de E. L. Holmberg (1879), pues la recreación física y psicológica —que no emocional— de Ash es similar a las máquinas que crea Holmberg en imitación de los humanos que acaban infiltradas entre ellos como uno más. Además, parece superar las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov.

Un aspecto interesante de la tecnología física de Ash es que ha sido construida a raíz de lo que el protagonista había ido publicando en las redes sociales en vida. Esto es la causa de que su copia no acabe de convencer a Martha, ya que es muy superficial y solo representa lo que se mostraba en la red. Pero entonces, ¿es posible crear una copia idéntica, física y mentalmente, de una realidad humana? Esta misma pregunta la hallamos también en La invención de Morel, donde Adolfo Bioy Casares consiguió dotar de inmortalidad a sus personajes mediante su representación hologramática eterna. Según Teresa López Pellisa en «El digitalismo en La invención de Morel», esta copia idéntica se da por «la fe de que las nuevas tecnologías cinematográficas […] pueden aportar novedades metafísicas a nuestras vidas» (2009, p. 897). Y es justo lo que Black Mirror pretende, pero, pese a la distancia tecnológica que separa a un producto cultural de otro, Bioy Casares sí que es capaz de reproducir esa dimensión mental y emocional humana en su copia, mientras que, en «Ahora mismo vuelvo», vemos cómo la superficialidad de las redes sociales impide ese reconocimiento de la copia como sujeto emocional y sensible.

Las tecnologías sirven y se plantean en la serie como una forma de hacernos la vida más fácil. Sin embargo, aparte de la inutilidad emocional de la copia de Ash, el hecho de que Martha nunca haya podido llegar a aceptar su pérdida a causa del invento tecnológico es lo que propicia un final en el que ni uno ni otro están a gusto con la realidad. Que en Black Mirror, y también en nuestra sociedad actual, se piense en las redes sociales como prueba de nuestra inmortalidad en la nube no garantiza, ni mucho menos, una copia completa como la que describe Bioy Casares, sino una parcial y superficial, incapaz de imitar nuestros sentimientos y emociones más humanos. Es decir: La invención de Morel ya consiguió retratar y vendernos una representación inmortal completa del ser humano hace 79 años.
«Blanca Navidad»
«Blanca Navidad» (Brooker, 2014) nos sitúa en una cabaña donde dos personajes nos cuentan diferentes anécdotas que parecen ser las causantes de su encierro. De estas, señalamos algunos puntos en común: una percepción del tiempo singular, las relaciones sociales como sinónimo de libertad del ser humano y la vida como una red social.

En la sociedad distópica que plantea este capítulo, existe una experiencia temporal distinta a la real. A diferencia de la que veíamos en «Toda tu historia» o «Funes el memorioso», la de este capítulo es una experiencia externa, una dilatación temporal, a la que alguien es sometido como lección o castigo. En este sentido, es normal que nos recuerde más a «Bienvenido Bob», de Juan Carlos Onetti, pues en este capítulo se utiliza un «castigo temporal» que consiste en hacerle pasar a un sujeto cierta cantidad de años en su subconsciente, mientras que para el que lo impone solo transcurren unos minutos. Por su parte, Onetti escribe en su relato: «El pasado no tiene tiempo y el ayer se junta allí con la fecha de diez años atrás, […]; nadie sabe de mi venganza, pero la vivo, gozosa y enfurecida, un día tras otro» (2009, p. 98). Podemos ver cómo el narrador desea ver el paso del tiempo como lección en Bob, igual que el policía en «Blanca Navidad», que al final del capítulo dice: «He cambiado la configuración; le he metido mil años por minuto. Una condena propiamente dicha. ¿O quieres que lo apague?», y su compañera le responde: «No, déjalo durante la Navidad». Esta experiencia temporal también nos recuerda al Ulises (1945), de James Joyce, a «El perseguidor» (1959), de Julio Cortázar, o a «El milagro secreto» (1944), de Borges, donde el tiempo también es relativo y puede parecer más o menos de lo que realmente es.

Por otra parte, el concepto de «bloqueo» en este capítulo remite directamente a las redes sociales. En la serie, son unos dispositivos virtuales los que manejan y manipulan las relaciones sociales, lo que es un claro guiño a internet. «Bloquear», en ambas dimensiones, significa privar al otro de la posibilidad de acceder a uno mismo, virtual —en las redes sociales— o físicamente —en este capítulo—, así como la imposibilidad de dirigirse a esa persona o usuario. Al bloquear a una persona, la neutralizas como ente social. De hecho, que en este capítulo se piense en el bloqueo universal como una condena elevada pone de relieve la importancia de las relaciones sociales en la vida real. Si no te puedes relacionar, no existes.

Así como nos preguntábamos en «Ahora mismo vuelvo» sobre la posibilidad de clonar una conciencia, en este capítulo vemos resuelto el problema en la inteligencia artificial. Hemos podido ver diversas versiones de simulacros humanos que, o bien existen en un dispositivo electrónico del tamaño de un grano de arroz y son utilizadas como esclavas de la persona original —autoesclavismo—, o bien son representadas de manera visual, como cuando al final descubrimos que ninguno de los personajes estaba realmente encerrado en la cabaña, sino que eran sus copias las que residían allí, igual que los hologramas formaban gran parte del reparto de la novela en La invención de Morel.

Continúa leyendo el análisis de «Caída en picado», «San Junípero» y «Cuelguen al DJ» aquí.
Bibliografía
Armstrong, J. (Guion.) y Welsh, B. (Dir.). (2011). Toda tu historia [Episodio de serie de televisión]. En C. Brooker y A. Jones (Productores ejecutivos), Black Mirror. Londres: Zeppotron.
Bauman, Z. (2005). Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Madrid: Fondo de Cultura Económica.
Berman, M. (2004). Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad (15ª ed.). México D.F.: Siglo XXI Editores.
Borges, J. L. (2007). Funes el memorioso. En Ficciones (pp. 106-114). Moscú: T8RUGRAM.
Brooker, C. (Guion.) y Harris, O. (Dir.). (2013). Ahora mismo vuelvo [Episodio de serie de televisión]. En C. Brooker y A. Jones (Productores ejecutivos), Black Mirror. Londres: Zeppotron.
Brooker, C. (Guion.) y Tibbetts, C. (Dir.). (2014). Blanca navidad [Episodio de serie de televisión]. En C. Brooker y A. Jones (Productores ejecutivos), Black Mirror. Londres: Zeppotron.
Dick, P. K. (2018). Sobre la ciencia ficción. Recuperado de https://www.escritores.org/recursos-para-escritores/recursos-2/articulos-de-interes/25655-phillip-k-dick-sobre-la-ciencia-ficcion
Lipovetsky, G. (1986). La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Anagrama.
López Pellisa, T. (2009). El digitalismo en La invención de Morel. En Ensayos sobre ciencia ficción y literatura fantástica: actas del Primer Congreso Internacional de literatura fantástica y ciencia ficción (pp. 893-911). Madrid: Asociación Cultural Xatafi.
Onetti, J. C. (2009). Bienvenido, Bob. En Cuentos completos (pp. 92-100). Montevideo: Alfaguara.