Arte

El arte del mercado: el mercado del arte

Analizamos el fenómeno del mercado del arte, su burbuja irrompible y los coleccionistas más importantes.

Llamamos «síndrome de Stendhal» a la enfermedad psicosomática que sufren algunas personas ante una obra de arte. Esta causa temblores, vértigo, elevación del ritmo cardíaco… solo al ver una obra de arte. Sthendal, el autor francés del siglo XIX, lo bautizó así tras sufrir estos síntomas frente a la basílica de la Santa Cruz en Florencia.

El arte se romantiza. Lo concebimos como un concepto y lo alimentamos de idealismo. Así, omitimos que el arte, además de concepto, es producto y, como cualquier producto en la era de la comercialización, se mercantiliza dentro de la gran rueda imparable del capitalismo. Mercado y arte. Dos conceptos tan aparentemente lejanos que no pudimos (ni supimos) ver su futuro.

Durante la última década del siglo XX, surgió un nuevo mercado que empezó a crear una burbuja parecida a la inmobiliaria, pero en este caso era irrompible: el arte contemporáneo. Los precios de muchas obras de arte moderno empezaron a dispararse y se convirtieron en santo y seña de posición social. 

En los primeros años de la década de los dos mil, jeques y magnates se unieron a la fiesta de la compra y venta de arte. Un oligarca georgiano pagó por la obra Dora Maar au Chat1 de Picasso un total de cincuenta millones de euros, la familia real de Catar compró White Center2 de Rothko por veinte millones, y el magnate ruso Román Abramóvich compró la obra Tryptych3 de Francis Bacon por ochenta y seis millones.

Este fenómeno también supuso un punto de inflexión en la visión social del arte moderno. Durante la mayor parte del siglo XX, la sociedad tenía una percepción negativa de los nuevos movimientos pictóricos, pero, tras su comercialización, el recelo y el desprecio se convirtieron en admiración por la incomprensión.

La crisis financiera del año 2008 fue un momento histórico del orden económico mundial. Mientras muchos sectores perdieron bienes capitales de forma desproporcionada, el mercado del arte quedó intacto. Esto se debe al abuso que ejercen marchantes multimillonarios que, a falta de leyes que impidan estas prácticas monopolísticas, hacen del arte contemporáneo un juego de ricos.

Pero, ¿es el arte un bien de mercado como cualquier otro destinado a la venta? El arte se ha convertido en una mercancía, con la única diferencia de que puedes tenerla contigo y, sobre todo, es una prueba de statu quo. ¿Tendrías una obra de Warhol en el salón de tu casa? José Mugrabi tiene ochenta y ocho cuadros del autor neoyorquino, concentrando casi un diez por ciento de su obra total. Estos marchantes insaciables se excusan en el tópico de que suben los precios, pero lo hacen por amor al arte.

Calavera (1967), de Andy Warhol. Recuperado de https://www.warhol.org/

Otro ejemplo es el del conocido Charles Saatchi, fundador de una de las agencias de publicidad más importantes del mundo (Saatchi y Saatchi) y el coleccionista de arte de posguerra más importante de Gran Bretaña. A pesar de las críticas constantes que se le dirigen, defiende su espíritu filántropo: «Los coleccionistas somos insignificantes, lo que cuenta y sobrevive es el arte; yo sólo compro el arte que me gusta para exhibirlo y luego, si me da la gana, lo vendo y compro más» (2010).

No sabremos nunca si Mugrabi o Saatchi sufren los síntomas que Stendhal describió en el siglo XIX para los enamorados del arte, pero, bajo este pretexto, acumulan riqueza y lavan sus manos mientras glorifican el arte moderno.


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