Juan de Dios Hernández (@juandedioshm)
«Si la pintura es poesía muda, la poesía es pintura ciega»
Leonardo da Vinci (apud. J. E. Martínez, 2017, p. X).
En la tesis doctoral que más tarde se convertiría en la conocida obra El nacimiento de la tragedia (1872), Nietzsche reflexionó sobre una serie de cuestiones que tendrían como consecuencia un cambio irreversible en la sociedad, además de crearle al filósofo alemán serios problemas con los ilustrados de su entorno.
Este es, sin duda, uno de los libros más importantes del mundo moderno, el que podría ser una génesis del teatro griego, un tema típico del romanticismo alemán. Lo cierto es que sí era eso, pero no exclusivamente. La obra nietzscheana incide en la sociedad y en la cultura de su época y también profetiza sobre lo que ocurriría en el futuro de la humanidad. Un libro, cuanto menos, ambicioso y ambivalente. Esta obra transgresora fue recibida con hostilidad, como también es frecuente con las obras que transgreden lo impuesto hasta el momento. Existen en el ensayo una serie de excelentes submundos que fueron la piedra angular del pensamiento nietzscheano.
Si por algo destaca el argumento de este libro, es por configurar la polémica y los elementos inaceptables en la época como es el misterioso caso de la génesis de la tragedia clásica. Es importante tener en cuenta que es del todo enigmático en nuestra cultura europea el cómo nació y cómo murió la tragedia ática.
Un hombre como Aristóteles ya tenía la certidumbre de que la tragedia había muerto y dudó en cuanto al porqué de su origen. No olvidemos que Aristóteles fue discípulo de Platón, y este de Sócrates. A su vez, Sócrates lo fue de Eurípides. Por tanto, Aristóteles era el último de la generación de los tres grandes clásicos: Esquilo, Sófocles y Eurípides. En esta tesitura, Aristóteles empezaba a crear una serie de convicciones acerca del porqué del desvanecimiento de lo que fue una manifestación cultural de un poder extraordinario.
El teatro griego no estaba pensado para élites ilustradas, sino para la ciudadanía en general. Solo hay que pensar en el cuantioso número de personas que iban al teatro de Dionisos: dieciséis mil aproximadamente. Esta cifra da cuenta de cómo este arte era una manifestación civilizadora y educadora de la ciudadanía para la que primaba la ética y la democracia. A pesar de las dificultades, la nomenclatura de «teatro griego» es un reduccionismo. El teatro era algo masivo y educador. Aristóteles usó el término que adquirió de la tradición médica e hipocrática, «catarsis». A través de esta, los espectadores eran llevados a un estado de shock donde se creaba un equilibrio de su condición emocional.
Esta dimensión nuclear de la tragedia fue admitida por los grandes pensadores del momento como referencia de la creación del concepto de «obra de arte integral o total», donde se aúnan diferentes disciplinas como la música, la escenografía o las artes plásticas.

Pensemos entonces que el concepto de «obra total» podría proceder, por lo tanto, de los ritos dionisíacos. A partir de estos y al fusionarse con la épica homérica, daría lugar a los grandes argumentos de la poesía trágica. Cuando la cultura europea moderna se volvió a interesar en la cuestión, acudió a Baco, Dionisos o Aristóteles… y es a esto a lo que alude Nietzsche en El nacimiento de la tragedia (1872).
De estas ideas que acabamos de mencionar extrae Nietzsche la catalogación de las famosas denominaciones «apolíneo» y «dionisíaco», y apunta que la tragedia griega se formó desde lo extragriego de los cultos dionisíacos mediante la yuxtaposición con la épica homérica. Lo que antes fueron coros (culto dionisíaco) acabaron convirtiéndose poco a poco en voces individuales que iban transformándose en una dialéctica con la voluntad de relacionar intelecto e instinto.

Nietzsche en las primeras hojas expone ya esas ideas: lo instintivo y lo intelectual, pensamientos y sentimientos, lo solar y lo nocturno… Uno puede introducirse en la creación artística, en la experiencia estética o en la antropología. Nosotros ejercemos una gimnasia constante, un movimiento pendular entre ambos extremos.
En la segunda parte de la obra, Nietzsche da su opinión sobre la muerte de la tragedia. La fuerza originaria del mito había sido sustituida por un racionalismo progresivo que eliminó la energía de la cultura griega, y el racionalismo socrático y Eurípides fueron los causantes de ello. Eurípides, como el último de los trágicos y segundo asesino de estos —primero fue Sócrates—, abandonó la fuerza del mito, propia de Esquilo y Sófocles, para introducir el sentimentalismo o psicologismo. Aquellos que en el mundo de la tragedia eran grandes arquetipos de la condición humana que colisionaban entre sí, ahora se nos aparecen como modernos individuos con sus características y psicologías propias. Nietzsche apunta que en ese momento murió la tragedia.
La tercera parte se relaciona con el que fue un gran amigo de Nietzsche, Richard Wagner. Él creía que Wagner sería el gran restaurador del arte y el que le proporcionará un futuro a este. Wagner era el que nos conduciría de nuevo a la gran obra de arte total, lo que antaño fue la tragedia griega.

Ópera y drama (1851) y Arte y revolución (1849) fueron algunos de los textos de Wagner en los que se inspiró Nietzsche para desarrollar la «obra de arte total» o Gesamtkunstwerk. A partir de ese punto, Nietzsche iba desarrollando y asimilando esa idea. La obra de arte total se iba acercando a la realidad mediante la música, de ahí el nombre original del libro: El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1872). Para llegar a este horizonte, habla de un camino de varias direcciones, las cuales llevan el nombre de Bach, Beethoven y Wagner, quien es el concepto principal.
La novena sinfonía de Beethoven sería por primera vez la cristalización de la obra de arte total desde la tragedia griega, donde se encuentra la música, la plástica o el canto, es decir, la globalización y conglomeración de artes.
Esa fue la idea que Nietzsche vio en Wagner, y de ella contempló un posible nuevo Renacimiento. Gracias a la nueva tragedia, se produciría un cambio radical de la civilización y el advenimiento de un nuevo hombre, una nueva humanidad. La revolución a través del arte, pues el arte —el nuevo arte— es el causante de los cambios en la conciencia humana.
Lograr una obra de arte total vinculada a una nueva cultura y a una nueva humanidad es algo que la cultura europea trabaja desde el Renacimiento humanista. La música es la que parece tomar una cierta iniciativa.

En la inauguración de la ópera L´Orfeo (1607), Claudio Monteverdi no solo trataba de hacer una «ópera» en el sentido actual de la palabra, sino que quería recuperar la tragedia. Para ello usó la propia simbología de Orfeo, el primer poeta y el primer músico al mismo tiempo en la mitología griega, es decir, que pertenece a un momento en el que el proceso mental unía poesía y música. Por ello, L´Orfeo de Monteverdi se vincula a esa necesidad de romper la separación de los lenguajes artísticos que los renacentistas ya habían apuntado y de conducirlo a esa integración.
La iniciativa desde la literatura la toma Goethe al teorizar que hay que aspirar a una poesía que desborde los límites de la poesía para, así, integrarse con el resto de las artes. Lo justifica en un sentido organizativo y filosófico. Él cree que el arte es algo que Odilon Redon también creía: la esfera mediadora entre lo visible e invisible. A partir de ahí, toda revolución en la sensibilidad humana tenía que pasar por el arte.
Goethe, un hombre interesado en muchísimos ámbitos, aspiraba a una obra integradora desde la poesía. En definitiva, esto lo representa, como tentativa, el libro casi imposible que es el Fausto (1808 y 1832). La segunda parte de esta obra (1832) se divide en cinco actos, y cada uno va precedido por un movimiento musical escrito en poesía. En cierto modo, es como una ópera. De hecho, Goethe lo llamaba así porque pensaba que en su obra quedaban integrados los diversos lenguajes artísticos.

De tal modo, Goethe fue el gran representante de la obra de arte total en la poesía. Su obra no es solo la integración de lenguajes artísticos, sino, sobre todo, la transversalidad entre el pensamiento y la sensación, lo visible e invisible.

Desde la pintura destaca Philipp Otto Runge, quien intentó hacer lo que Goehte hizo en la literatura o Gaudí en la arquitectura. La pintura debía ser un cauce de convergencia del resto de artes. Fue un intento fallido pero de gran interés.

El personaje que lidia con estos problemas, los asume y crea con ello Ópera y drama (1851) es Wagner. El músico tiene en cuenta todo lo anterior y plantea algo que será básico para entender la grandeza y las carencias de la obra de arte total. En este ensayo, inicia el argumento que Nietzsche desarrolló de manera más profunda; la decadencia de la cultura y su superación se vería a través de esta integración de artes, pensamiento y sensación.
Wagner plantea una idea fundamental: fijémonos en que lo importante no es solo sumar distintas artes. Por ello, es muy crítico con la ópera italiana, pues afirma que esta suma, pero no integra. La cuestión no es solo cómo la música y poesía convergen, sino dónde. Wagner se responde afirmando que deben converger en el mito, un nuevo mito, como lo fue en la tragedia ática. Esta afirmación es una trampa wagneriana.
Debemos entender que el profeta de la época es el artista genial, y él está convencido de que lo es, de tal manera se siente motivado para confeccionar un mito y darle forma. Wagner crea su nuevo mito con una base intelectual. Son fragmentos de la mitología nórdica o escandinava que une para dar forma a su drama musical.

Wagner se basó en la mitología nórdica para El Anillo del Nibelungo, una de sus más grandes obras.
Nietzsche cree a Wagner, pero años después hace autocrítica y afirma que esa es la mística falsa del wagnerianismo. Sin embargo, sí que cree que la idea de la convergencia de las artes es el mito, el único capaz de crear una nueva fuerza de cambio para el hombre moderno. En el terreno político, hablamos de agitación social o lucha de clases.
Wagner, al afirmar que ha creado el nuevo mito, alude a una mitología literaria recogida de fragmentos encontrados, una creación artística intelectual como otros hacen en otros momentos. No olvidemos que eso no es el mito; el mito del que hablamos en la tragedia griega es una formación mental colectiva dada por los siglos. No se construye por un intelectual, como es el caso de Wagner. Cuando proclama que cree haber construido el mito, habla de la obra de arte total. El fenómeno que se adhirió a Wagner desde aquel momento fue inmenso: nació el wagnerianismo. Un ejemplo de ello es el de la arquitectura modernista, que se forma partiendo de sus ideas.
En el siglo XX, ya existía la capacidad técnica para desarrollar un arte en el que sí tenía sentido lo que predicó Wagner (efecto especial absoluto) y lo que pretendía exponer Fausto (1808 y 1832): la cinematografía. En el cine vemos el conjunto de todas las artes. Luchino Visconti teorizó esa idea: el fin del cine era crear la obra de arte total, crear una tragedia griega en la sociedad moderna.
Este tema —la obra íntegra— tiene tanta relevancia que Nietzsche y Wagner fueron influencia directa para otros autores. Por ejemplo, en el mundo de las vanguardias, vemos cómo el manifiesto artístico con mayor densidad, como es el del expresionismo, tiene la voluntad expresa de lograr darle un giro al destino del arte en la dirección dicha por Wagner, Nietzsche o Goethe, es decir, en la dirección de la creación de un nuevo mito, en la reunificación de sonido y palabra.
En conclusión, la influencia del desarrollo conceptual de Wagner y Nietzsche fue de una magnitud desmesurada que puede que no fluyera en la dirección esperada, pero, sin duda, es innegable el poder que ha tenido, ya que ha servido para la creación e influencia a los autores más destacados de la historia del arte.
Bibliografía
Argullol, R (2012). «Odilon Redon y el Simbolismo». En el Ciclo de Conferencias organizado por la Fundación Mapfre. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=2Pze2ad6Rtw
Martínez, J. E. (2017). El lienzo de la página: (la poesía y las otras partes). León: Universidad de León.