Pablo Alberola (@palberola)
«Soy inevitable…» proclamaba Thanos cuando lo tenía todo para finalizar su malévolo plan con un simple chasquido de dedos, o al menos eso pensaba antes de que, por enésima vez, los héroes consiguieran darle la vuelta a la tortilla y pusieran al villano de patitas en la calle. Qué emoción. La cultura del superhéroe lleva años dominando a base de secuelas las salas de cine de todo el mundo, y son ya innumerables los proyectos de futuro que pretenden alargar estas historias que comenzaron hace ya más de 50 años en la tinta de los cómics.
Cuando una fórmula funciona, Hollywood sabe lo que tiene que hacer. Así se ha trabajado desde que el cine es cine. El universo cinematográfico de Marvel ha estrenado 23 películas desde 2008 y tiene pensado estrenar otras ocho antes de 2023. La mecha que prendería Robert Downey Jr. y su Iron Man (2008) ha evolucionado de tal manera que el gigante del cómic sueña con estrenar una media de cuatro películas al año. Cuatro secuelas de las secuelas de las secuelas al año. Están gritándonos con altavoces que son inevitables —y tal vez lo sean—. Martin Scorsese fue punto de críticas y alabanzas después de que el año pasado dijera en una entrevista que las películas de superhéroes «no son cine», palabras que hirieron los sentimientos de los miles de millones de fans que siguen las aventuras de sus héroes favoritos desde la butaca. «¿Cómo no va a ser cine, si lo veo en la gran pantalla de un cine?», se pueden preguntar muchos. De hecho, esa fue una de las respuestas de Downey Jr. cuando le preguntaron por el tema, pero creo que es algo un poco más complicado.

La industria cinematográfica ha estado siempre en un constante tira y afloja entre la visión artística de los autores y la necesidad de ingresos de los productores. Ninguna rama artística tiene a un mecenas que controle tan bien el producto. También es cierto que ninguna otra necesita del desembolso económico como el necesario para una película. Es una búsqueda constante de un equilibrio entre el arte y el producto. La manera de explotación de las películas está en proceso de transformación y afecta directamente a ese equilibrio. La aparición de las plataformas de streaming ha trastocado por completo el sistema; se han alzado como fuertes competidoras de las grandes majors históricas. Netflix y compañía han reducido los costes y se han convertido en productoras, distribuidoras y exhibidoras de sus propios contenidos. La manera de hacer y ver cine está evolucionando y la definición de que «cine es lo que se ve en el cine» ha perdido validez. Lo siento, Robert.
Lo cierto es que las palabras de Scorsese, que después ampliaría en un interesantísimo artículo publicado en el New York Times, surgen de la frustración de ver cómo su visión de lo que es el cine está desapareciendo. Las infinitas dimensiones posibles sobre la nomenclatura de la palabra «cine» hacen que cualquiera de ellas esté ligada a una visión subjetiva de ello, y esto se puede extrapolar a cualquier disciplina artística. ¿Todo lo que vemos es cine? ¿Todo lo que escuchamos es música? ¿Todo lo que comemos es gastronomía? Y así hasta el infinito y más allá. Cada uno tendrá sus propias respuestas, pero la definición del arte de Scorsese va ligada a una sola palabra: riesgo.
Muchos de los elementos que definen el cine tal como lo conozco están en las películas de superhéroes. Lo que no hay es revelación, misterio o genuino peligro emocional. Nada está en riesgo. Me parecen más parques de atracciones que películas.
Martin Scorsese en NY Times
El riesgo por apostar por historias que van más allá de la autocomplacencia ha desaparecido. Las películas de superhéroes no nos complican, nos dan lo que queremos, cuando queremos y como lo queremos. Incluso las grandes superproducciones de directores con una visión personal, como Quentin Tarantino, Christopher Nolan o Wes Anderson, ven la luz porque son apuestas seguras de obtención de beneficios, pero el riesgo en sacar a la palestra nuevos nombres con nuevas visiones se está esfumando. La clase media del cine está desapareciendo. Vivimos en una industria cinematográfica que nos da de comer de una cultura estancada hace medio siglo: historias de cómics, remakes constantes y biopics comerciales sobre bandas de rock. No ofrecen absolutamente nada nuevo. Nos cuentan historias que ya sabemos cómo acaban.
Los «súpers» han venido para quedarse, y la ramificación de sus historias hacia nuevos públicos está tomando forma. Este último año han sido estrenadas películas como Joker (2019) y series como The Boys (2019), que han aparecido como una nueva vía para comprender y abordar los distintos mundos de los cómics y se venden como contenido para adultos. Lo cierto es que no dejan de ser lobos con piel de cordero. The Boys se presenta como una respuesta al puro y sacro mundo de los superhéroes de Marvel y DC, pero detrás de ese nuevo punto de vista satírico y sangriento sigue bebiendo de la misma fuente de lo que se burla. Sigue sin existir un riesgo que lleve al espectador más allá del mero entretenimiento; es un “parque de atracciones” más, pero con la barra de altura unos centímetros más arriba.

Descifrar Joker es algo más complicado. Muchas voces la han separado del grupo de películas canónicas del género mediante el argumento de que tiene una dimensión personal que va más allá de la mera complacencia al espectador. La realidad es que eso es cierto, o, al menos, lo es a medias. Joker no es comparable con ninguna otra película del universo Marvel o DC y se atreve a presentar el problema de la gestión de las enfermedades mentales como ninguna otra película de su género lo ha hecho, pero su planteamiento sigue siendo vacuo y torpe con lo que busca transmitir. Una película que parecía querer escapar de las garras del cómic, pero que acaba sucumbiendo ante él. El personaje que construye no arriesga, se acaba convirtiendo en lo que todos esperan que haga. Todos esperan ver al Joker del cómic. Allan Moore, escritor de cómics y autor de un gran número de novelas gráficas que se han llevado a la pantalla, concedió una entrevista a la revista Deadline hace tan solo un par de días donde le preguntaron sobre el cine de superhéroes, del que de alguna manera es partícipe. Sus palabras sonaron como cañonazos directos hacia el corazón de la comunidad fan.
Hace varios años dije que pensaba que era una señal realmente preocupante que cientos de miles de adultos estuvieran haciendo cola para ver personajes que fueron creados hace 50 años para entretener a niños de 12 años. Eso parecía hablar de una especie de anhelo de escapar de las complejidades del mundo moderno y volver a una infancia nostálgica y recordada.
Allan Moore en Deadline
Entre finales de año y todo el 2021, si el coronavirus deja de retrasar estrenos, nos plantaremos con alrededor de 10 películas de superhéroes entre los dos mayores estudios de cómics en las salas de cine, y parece que el número solo va a continuar creciendo con el paso del tiempo. El cine siempre ha sido una forma de escapar de nuestros mundos para adentrarnos y vivir en otros. Muchas veces buscamos huir de nosotros mismos y que Iron Man simplemente nos diga que todo va a salir bien, pero debemos ir más allá, no podemos conformarnos con eso. Este artículo no nace del odio hacia estas películas —yo mismo he desconectado alguna que otra vez viendo al famoso equipo de héroes zurrar a algún villano con ganas de destruir el mundo—, pero sí como una reflexión sobre la cultura que queremos legar. Pongamos riesgo a nuestro cine, arriesguémonos.